Cuentito para niños complicados

Lo que más le gustaba a Arturito era hacer llorar a su hermana pequeña. Eso, y espiar a su madre en el cuarto de baño. Él mismo se daba cuenta de que sus aficiones eran patéticas, así que se reunió con sus amigos imaginarios para tratar de ordenar su vida. Estos amigos eran: un pulpo que se llamaba Vara de Medir y vivía en el jacuzzi de Paloma San Basilio; la madre del Dalai Lama, y probablemente para dar un enfoque ecuménico y multicultural al grupo, un niño que era idéntico al cardenal Rouco Varela, mitra y báculo incluídos (por cierto, este último amigo imaginario era un niño real, de carne y hueso). Reunidos los cuatro en el armario del pasillo, tuvieron una larga charla, en la que concluyeron que el verdadero problema de Arturito era precisamente llamarse así, por lo cual, a partir de entonces, Arturito pasó a llamarse Arturo A Secas, y su vida personal, si bien no mejoró extraordinariamente, al menos pasó a ser menos denigrante.
Y colorín colorado, este cuento moral se ha acabado.