La vida, nada más

Una de las cosas que más me intriga de mí misma es ese afán por aferrarme a personas que han sido parte de mi vida y que, de pronto, deciden desaparecer. Y no es que pretenda que las cosas sigan como siempre, porque sé muy bien que todo tiene un final, y que en gran medida he dado pie a que así ocurra. Pero no me resigno a perder totalmente el contacto con quienes han soportado mis quejas y lamentos, me han escuchado con paciencia infinita, me han aconsejado y reñido en ocasiones, han secado mis lágrimas y reído mis risas. Y aunque lo sensato sería simplemente olvidar, me obstino en lo contrario, y de una forma que a veces se podría calificar de humillante sigo buscando asegurarme de que la vida les trata correctamente. Y aunque mi orgullo se resienta cuando intento comunicarme y me ignoran o incluso a veces parezca que me desprecian, encuentro más digno seguir intentando, cada tanto, arañar un minuto de su tiempo. Porque no quiero perderme la oportunidad de volver a ver,por un segundo tan sólo, ese corazón tan extraordinario con cuya visión me honraron una vez.

Detalhes

Historias particulares, III

"Mi madre me llamó, serían las seis y media o siete de la mañana. Me dijo: 'tu tía se está muriendo, ven cuanto antes'. En un momento, nos quedamos solas con mi tía mi madre y yo, pues los demás habían salido a intentar coger fuerzas para soportar su agonía. Mi tía miraba fijamente a mi madre con una expresión que jamás olvidaré, exhausta y asustada. Mi madre le acarició y le dijo: 'te queremos mucho ¿sabes? mucho. Tranquila'. En ese momento volvieron a entrar todos, sin que les hubiésemos llamado. Al ratito, la respiración fatigosa cesó. La besamos todos deshechos en lágrimas, pero sin gritos ni histerias. Entraron una enfermera y una médica, que certificaron la muerte. La doctora se marchó sin dirigirnos una palabra y la enfermera nos dijo, con voz dulce, que iba a necesitar la cartilla y otros datos. Creo por primera vez en esa mañana dije una frase completa, y le pedí que nos dejara un poco más de tiempo. Nos dijo que cuando estuviésemos listos, sin prisas. Estuvimos un rato admirando a esa mujer extraordinaria que nos había dejado, y poco a poco fuimos yéndonos, cada uno aferrado a su movil para avisar al resto de la familia."

Historias particulares, II

"Tenía 17 años cuando me fui a Brasil. Mi padre tuvo que pedir prestado para que yo pagase el billete. Hasta la maleta era prestada. Llegué a Río con la única referencia de un vecino de un pueblo cercano. Conseguí empleo como lavaplatos en un restaurante, pero apenas me llegaba para pagar el alojamiento y el transporte, aunque me daban la comida. Y conseguí otro empleo por las noches, y, en el peor de los casos, tenía resueltas las cenas. Pero había un problema: los restaurantes cerraban el mismo día. Así que conseguí otro trabajo, en el que no me pagaban pero podía comer allí. Mi obsesión era ahorrar dinero para que mi padre pudiese pagar la deuda. Creo que el día que lo conseguí fue el más feliz de mi vida."

Historias particulares, I

"Apenas recuerdo nada de mi niñez: a mi tío llevándo por una corredoira a caballito. Y el día que mi padre me llamó y me dijo: 'Mariquiña, cuando llegue tu madre dile que me fui a Madrid ¿te acordarás?' Le dije que sí, muy seria. Tendría 5 o 6 años. Cuando mi madre llegó, me acordé de decirselo. Mi madre no dijo nada. Nunca más volvía a verle, ni a saber nada de él. A los pocos años se murió mi madre, y me fui a otro lugar a vivir con unas tías. Nunca me contaron nada; había que trabajar, no había tiempo para nada más. En realidad, nunca hice otra cosa en mi vida que trabajar. Me casé, tuve hijos, y prácticamente no salí del pueblo, salvo, creo para ir al hospital y a la boda de alguno de mis hijos. Este año le dije a mi marido que quería ver a mi tía, para que me contase algo de aquello. Mi marido se hizo el remolón, pero conseguí que mi hijo aceptara llevarme. Después mi marido dijo que me llevaría él, pero yo no quise. Fuimos al lugar donde está ahora, pero es mi mayor y se le fue la cabeza, así que no me dijo nada. Después convencí a mi hijo de que me llevase a la aldea donde nací, a la que no había vuelto jamás, a pesar de que está tan cerca que podía verla desde el otro lado del embalse. Al llegar allí, me di cuenta de que no reconocía nada, y la gente que ahora vive en la que fue mi casa no pudieron darme ningún dato. Cuando llegamos a casa, era casi de noche, y me fui a la cuadra a ordeñar vacas."

La noche oscura del alma

Estoy a punto de cumplir 45 años. Tal vez por eso, o tal vez por mis circunstancias actuales, mis fantasmas vuelven a rondarme esta noche. Aunque, por supuesto, a lo largo de mi vida ha habido momentos maravillosos, estos se mezclan entre sí hasta diluirse casi por completo y los que se empeñan en volver hoy,completamente nítidos, son los amargos. Y ha habido tanta muerte a mi alrededor, especialmente durante la época central de esos años, que resulta terrible enumerarlas: a un tío mío lo mataron, dos se suicidaron, un primo, un niño adorable de apenas seis años murió en un estúpido accidente con una ventosa de un juguete,otros se mataron en accidentes de trafico, de trabajo, y otros después de luchar contra enfermedades largas y dolorosísimas, que minan tu resistencia porque no hay nada más frustrante que ver sufrir a alguien sin poder hacer nada... Y, sin consecuencia de muerte, intentos de suicidio que hicieron que perdiera completamente la fe en mí misma por mi ineptitud a la hora de ayudar a esas personas que tanto lo necesitaban. Un ictus que afectó a un tío mío, hombre enérgico donde los hubiera, y que ahora tiene serios problemas para comunicarse. Otra tía lleva muchos años postrada, con un alzeimer que se le desarrolló a los treinta y pocos años. Y amigos, también casi familia, que se fueron cuando todavía tenían toda la vida por delante. Sigue habiendo, además, gente luchando contra enfermedades crueles y constantes. Además he sufrido el dolor de separaciones traumáticas, de peleas familiares, de accidentes con secuelas y sustos, de varios casos de depresiones, de crisis de todo tipo, de la lejanía física de seres queridos, del olvido, traición o desdén de quienes consideraba que siempre estarían a mi lado. He visto apagarse a personas brillantes, que se convirtieron en la sombra de lo que eran. En definitiva, miles de grandes y pequeñas tragedias que se fueron acumulando en mi alma y que se reflejan en el rictus de mi cara y en lo opaco de mis ojos.
Pero sé que amanecerá, y lograré recordar que por cada muerte, cada enfermedad, ha habido un nacimiento y una persona que he visto desarrolarse y convertirse en un ser humano bueno y generoso. He visto nacer ilusiones, matrimonios que perduran y se aman a pesar del tiempo y la rutina. Algunos casi delicuentes terminaron siendo abnegados padres de familia, dedicados por entero a hacer de sus hijos personas de bien que mejoren el mundo que les dejamos. También hay hijos entregados y agradecidos, que se sacrifican para cuidar y acompañar a sus padres en su vejez. He visto reconciliaciones que se creían imposibles, la fidelidad de amigos de toda la vida, y gente alegre, amable y valiente que no se deja vencer por las dificultades. Así que tengo que optar por inclinarme por este lado de la balanza y dejar que la esperanza se instale mí. Porque sé que eso es lo más importante de nuestra vida: la posibilidad de renacer cada día.