El arte de titular

Leo en Las Provincias el siguiente enérgico titular: San Antonio de Benagéber exige estar en la comisión que investiga el ruido del aeropuerto. Y es que hasta la archiconocida paciencia de los santos tiene un límite.

¡Milagro milagroso!

Ayer, por primera vez desde que estoy en este chiringuito, vi a un niño con ¡un libro!. Y no era ni la guía de trucos del Grand Theft Auto, ni la biografía oficial de los Jonas Brothers, ni el álbum de fotos de Smackdown, sino un libro con sus letritas, gordito y con una página debidamente señalada para seguir la lectura. Todavía hay esperanza para la humanidad.

Fotoshock

Hoy he visto una foto vieja y he vuelto a sentir la misma profunda vergüenza que me aplastó en aquel momento. En ella se ve a una pareja de novios y, justo detrás estoy yo, de niña de arras. Dirán que eso no es nada vergonzoso, incluso es posible que alguno de ustedes, en su tierna infancia, haya ejercido con orgullo ese cargo. El problema es que yo tenía unos 11 añitos, y era bastante alta para mis años, y demasiado gorda para cualquier edad. Además, inexplicablemente mi madre había consentido que fuera vestida de semi-sport, y no perfectamente endomingada como correspondería a una ceremonia de ese nivel.
La boda se celebró en el pueblo de mi madre que tenía un párroco peculiar, por decirlo de una manera suave. Los novios ya no eran unos jovencitos así que fueron a lo práctico y se presentaron ellos, los padrinos e invitados, pero al cura no le debió de parecer bastante así que paró la boda y después de mirar a un lado y a otro, se dirigió a los asientos de los fieles. En realidad, se vino directamente a mí. Yo miraba a mi madre sin entender nada y ella, horrorizada por lo que intuía, me hizo un gesto de ánimo, mientras mi hermana optaba por mirar hacia otro lado, como si toda la iglesia no supiera que era de mi propia sangre... Y allí me vi, sola, delante de todo el pueblo, cobardemente abandonada por mi familia, con una bandeja c en mis temblorosas manos. El resto es historia.
El caso es que yo pasé el mal trago pero, después de todo, crecí, maduré y superé ese trauma que, me gusta creer, ayudó a hacerme más fuerte. Pero no dejo de pensar en esa pobre pareja que tuvo que pasarse la vida explicando, cada vez que enseñaba su álbum: Aquí estamos nosotros, aquí nuestros padrinos, y esa gordita rubia del abrigo de cuadros es la niña de arras que nos colocó el cura.

Medias tintas

Un señor, a punto de pagar un periódico:
-¿Esto está entero, verdad?
Me quedaron ganas de contestar:
- No, la verdad es que recorto palabras para mandar anónimos