Enseñando al que no sabe

Cortesía de mi amiga María, vean como en Portugal hacen de la necesidad virtud e intentan profesionalizar una vocación:

Sábado tarde

Tres niños de unos tres años y dos mamás vienen a comprar globos. Uno de ellos se acerca a su madre, y con voz quejosa dice:
- Mamá, ¡me sudan los pantalones!
Mientras tanto, una de sus amiguitas lloriquea:
- ¿Y si me explota el globlo?
Su madre trata de animarla:
- No va a explotar, ya lo verás
- Pero ¿y si lo hace?
- Que no, que no va a explotar
Ya con lágrimas en los ojos repite una vez más:
- Pero ¿y si lo hace?
Su madre pacientemente le insiste:
- No va a explotar, te lo digo yo.
Y de pronto la niña, con voz decidida y nada llorosa dice:
- Pues lo voy a pinchar

Los locos y los niños siempre dicen la verdad ¡lo juro!

Una madre le dice a sus hijos, de unos 3 y 4 años:
- Hala, dadle las bolsitas a la señora para que os las pese.
El niño me mira y le dice muy serio a la madre:
- Mamá, no es una señora, que es una chica.
Naturalmente, ese niño tan simpático se ganó un globito por su objetividad.

El día en que me morí

Era un día de finales de septiembre, sorprendentemente caluroso. Habíamos comprado un ordenador para el trabajo y, como la tienda estaba de camino a mi casa, salí antes para ir a buscarlo. Ya estaba casi en la esquina de mi edificio, deseando llegar, sudorosa después de un trayecto de subida de casi 45 minutos cargando con un ordenador llamado portátil pero que pesaba como un condenado. De repente sentí un fortísimo dolor en el pecho, una especie de fogonazo tan intenso que me hizo pensar: así que esto es morirse. Pero no vi el túnel, ni la luz al final, ni demonitos que me esperaban tridentes en ristre, ni, por supuesto, angelotes revoloteando a mi alrededor; sólo gente mirando indignada hacia arriba. Y es que alguien estaba tirando cosas a la calle, y a mí alcanzó un cochecito de metal.
Esta experiencia que a punto estuvo de ser mística y se quedó en ridícula, si bien no dio más sentido a mi vida al menos me aportó el dudoso honor de ser una de las pocas personas a la que le cayó un autobús encima y vive para contarlo. Y tan campante, oiga.

Angelitas

Una niña de unos quince años le dice a otra, en tono contrariado:
- Me cae mal, va de golfa y no lo es.