Historias particulares, II

"Tenía 17 años cuando me fui a Brasil. Mi padre tuvo que pedir prestado para que yo pagase el billete. Hasta la maleta era prestada. Llegué a Río con la única referencia de un vecino de un pueblo cercano. Conseguí empleo como lavaplatos en un restaurante, pero apenas me llegaba para pagar el alojamiento y el transporte, aunque me daban la comida. Y conseguí otro empleo por las noches, y, en el peor de los casos, tenía resueltas las cenas. Pero había un problema: los restaurantes cerraban el mismo día. Así que conseguí otro trabajo, en el que no me pagaban pero podía comer allí. Mi obsesión era ahorrar dinero para que mi padre pudiese pagar la deuda. Creo que el día que lo conseguí fue el más feliz de mi vida."