La bota impar



Una bota en medio de la avenida es una de las imágenes más perturbadoras e intrigantes que se me ocurren. Un zapato perdido en la calle da lugar a numerosas preguntas: ¿cómo ha llegado ahí? ¿quién lo habrá perdido? si lo han dejado a propósito ¿por qué en medio de la calle, no en un contenedor, por ejemplo? y ¿por qué siempre un zapato, no el par?. Pero una bota ya es el colmo, porque las botas son difíciles de sacar,exige un esfuerzo y unas circunstancias adecuadas, con lo cual la pérdida queda descartada y dejarlas voluntariamente supone premeditación y alevosía... una cierta maldad, si me lo permiten.
La bota ahí sola, en medio de un lugar que no es de paso, es el símbolo del abandono, de la derrota, de la soledad. Ya no sirve para nada, porque le sería muy difícil encontrar una persona a la que le fuera útil; ha perdido su función, su trabajo que es el de proteger el pie en su caminar. Y, además, ha perdido a su cumpañera del alma, la otra bota, con la que estuvo siempre desde su creación, compartiendo caja, expositor, armario, cuerpo. Cuando caminaban, caminaban juntas, cuando descansaban, lo hacían juntas, cuando una resplandecía después un reparador cepillado, la otra también. Ahora terminarán su vida, una en la calle, víctima de las patadas de los gamberros que harán que, inevitablemente acabe siendo atropellada y la otra tendrá un destino similar. Pero aunque las dos son piel de vertedero, lo triste es que, pudiendo morir con dignidad y juntas, como estaban destinadas, lo harán completamente solas.