El final de la temporada

- Cariño, ya te he dicho que no podemos quedarnos. Es la última fiesta de la temporada, no podemos perdérnosla.
Mientras me decía eso, se miraba al espejo y se dirigía una sonrisa de plena aprobación.
Yo no quéría quedarme con la nanny: era seca y aburrida, nunca quería jugar conmigo. En cambio mamá era genial, jugaba al fútbol, a las canicas, al escondite, a cazar ranas para poner en los zapatos de las criadas... Además, jugaba siempre en serio, no me dejaba ganar como papá cuando jugábamos a las damas. Pero nunca estaba en casa, siempre tenía que ir a una comida, a una cena, a una fiesta, a una tómbola de beneficencia o cosas así. Y yo me aburría soberanamente. Alguna vez le dije que quería tener un hermano, y entonces ella abría mucho los ojos y miraba a mi padre,como asustada. Mi padre intentaba bromear, diciendo que mejor contataban a un payaso para animarme o que me mandaría a un internado militar, donde tendría miles de hermanitos para jugar. Las bromas de mi padre nunca me hacían gracia.
Yo me estaba poniendo un poco pesado para que se quedaran, lo reconozco, y mis padres se estaban cansando de mí.
- Cariño: vamos a ir a esa fiesta. Sabes que papá se pasa el día trabajando, y yo estoy agotada ocupándome de esta casa tan grande, así que nos merecemos un poco de diversión.
Quise decirle que teníamos 4 criadas, un chofer, un jardinero y la nanny, que no podía estar tan agotada así, pero me mordí la lengua, porque sabía que eso no le iba a gustar.
- Además, necesitamos un poco de alegría en nuestras vidas. La guerra trajo tantas tristezas...
- La guerra hace años que se acabó, mami. Yo no había nacido todavía cuando se acabó.
- Hijo mío- dijo mi padre, poniendo su voz profunda- las guerras nunca se terminan. Sólo se toman un descanso hasta el próximo combate.
Como esto lo dijo mientras se ponía brillantina en el pelo y hacía mohines en el espejo, sonó tan falso como la moneda que usaba en sus tontos trucos de magia.La verdad es que tampoco le salía muy bien lo de ser profundo.
Me esperaba una larga tarde con la pelma de la nanny, que se empeñaba en que pasara el tiempo leyendo o pintando, cualquier cosa que no implicara moverme y molestarla. Y de pronto se me ocurrió quien me podía salvar:
- ¿Y por qué no llamamos al tío Enrique para que venga y hacemos una fiesta aquí? El tío Enrique es muy divertido. A ti te gusta mucho, mami. Siempre lo dices.
En ese momento se debió de clavar el broche que se estaba poniendo, porque se estremeció, y yo me quedé esperando que saliera sangre por el lugar donde se había pinchado, pero no. Papé la miró con la misma cara que ponía cuando el mozo de la cuadra donde iba a montar le saludaba con un apretón de manos. Ý a mí me dijo, con la voz de un hombre de hielo (si los hombres de hielo hablaran):
- Vete de una buena vez a tu cuarto. Estoy harto de ti y de tus lloriqueos. No quiero volverte a oír en un buen rato.
Y yo me fui a mi cuarto, porque eso sí le salía bien a mi padre, dar órdenes.
Desde mi cuarto les oí hablar, al principio muy bajo, poco a poco casi llegando a los gritos. Me puse a leer El guerrero del antifaz, al principio sin hacerle demasiado caso, pero poco a poco me fui enfrascando de tal manera en la historia que no oí cerrarse la puerta, ni arrancar el coche. Poco después entró la nanny. Se paró frente a mí, y yo ya me preguntaba qué habría hecho mal, cuando hizo algo que me sorprendió, se agachó a mi lado y me cogió la mano.
- Tu padre acaba de marcharse.
- ¿ Y mamá?
- No, tu madre se quedó.
No lo podía creer: ¡al final mamá se quedaba! Me levanté para ir corriendo a su cuarto. Podríamos jugar a las canicas, porque para el fútbol ya era tarde.
Pero la nanny me detuvo.
- No, no vayas. Tu madre se encuentra mal.
- ¿Qué le pasa?
- Le duele un poco la cabeza. - Como la mujer todavía tenía su mano sobre la mía, pensé que a lo mejor me estaba mintiendo. Tal vez el pinchazo del broche había sido grave. A lo mejor se lo había clavado en el corazón y...
- ¿Se va a morir?
- ¿Qué? No, claro que no, cómo se te ocurre. Se pondrá bien. Pero, verás, me pidió que te dijera que a lo mejor tu padre tardaba en volver.
- ¿Por qué? -eso era muy extraño, si sólo se iba a una fiesta...
- Tiene mucho trabajo, cariño- eso era más extraño todavía, ella nunca me llamaba así, es más, era la única que me llamaba Juan Manuel y no Juanito, como todos.-Y tiene que hacer muchos viajes. A lo mejor hasta tiene que irse al extanjero.
Me preguntaba qué iba a hacer papá fuera de España, cuando siempre decía que los extranjeros era unos cerdos, porque no nos querían.
- ¿Pero cuándo se va? ¿Ya hizo la maleta?
- No lo sé, Juanito. Me parece que no...
- Entonces todavía tiene que venir a recogerla. Cuando venga quiero decirle que me traiga un coche como el que le regalaron a Luis.
- Bueno, si viene él se lo dirás. Pero a lo mejor ya le lleva la maleta Pedro- Pedro era nuestro chófer. Me lo imaginé haciéndole el la maleta a papá, eligiéndole los trajes y las corbatas. Pero pensé que seguramente mamá, cuando se pusiera mejor, se lo haría. Al fin y al cabo, ella sabía donde guardaba papá sus cosas.
- Vale, entonces lo que hay que hacer es darle una nota a Pedro, para que se la dé a papá cuando le lleve la maleta- retiré mi mano de la suya para pasar la hoja de la revista. El guerrero estaba a punto de matar a unos cuantos moros. Esto se estaba poniendo interesante.
La nanny se quedó un ratito mirándome, y me parece que suspiró cuando salía. Yo acabé la historieta, y me puse a dar vueltas por la habitación. Todo era un poco raro, porque hacía unas horas mis padres estaban a punto de ir a una fiesta a la que mi madre estaba loca por ír, y ahora resultaba que ella se quedaba en casa y mi padre se iba de viaje. No tenía sentido.
Me acerqué a su cuarto y ya iba a entrar para que ella me explicase, cuando oí que lloraba histéricamente. También oí la voz de la nanny que trataba de consolarla. Me pareció que si entraba a lo mejor me iba a echar la culpa a mí, por haberme puesto tan pesado y provocarle dolor de cabeza a ella y hacer marchar a mi padre al extranjero, nada menos. Así que me fui para la habitación, me acosté, y aunque no había cenado, me quedé dormido. Soñé que mi padre se subía al coche de juguete de Luis, y decía adiós a mi madre, mientras ella intentaba detenerlo sujetando el espejo retrovisor, que se rompió.
Al día siguiente mi madre desayunó conmigo. Tenía los ojos rojos, pero parecía más tranquila. No habló mucho, pero me dijo que no me preocupara, que Pedro ya le había llevado la nota en la que le pedía el cochecito. Unos meses más tarde, justo el día de mi cumpleaños, llegó un paquete a mi casa para mí. No era igual al de Luis, pero se le movía el volante y las puertas se podían abrir. Mi padre me mandó una carta diciendo que no podía venir, que estaba muy ocupado en Casablanca o algún sitio así.
Lo mejor fue que mi madre me regaló una bicicleta, y el tío Enrique una espada casi igual al la del Guerrero del Antifaz, aunque no cortaba. Vinieron muchos niños y me trajeron un montón de regalos. Fue un cumpleaños fantástico.

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    # by Abe - 1:10 p. m.

    Ais que feliz ese niño que no se entero de nada :). Como siempre me has dejado enganchada. Mis felicitaciones por la historia. Besos

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    # by Alvex - 1:27 p. m.

    Los niños, ya se sabe... más vale criar cobras, a veces.
    Muchas gracias por las felicitaciones, eres muy amable.
    Besos

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    # by www.alosmedios.com.ar - 10:39 p. m.

    Muy buena historia. Prometo seguir con las otras, así te aparece una banderita albiceleste cada tanto.

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    # by Alvex - 10:45 p. m.

    Gracias, será un verdadero honor.
    Besos.

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    # by Marcela Fuentes - 4:15 p. m.

    Qué conmovedora.
    La vida puede ser mucho más sencilla y entretenida si la seguimos viendo como niños.
    Lo sórdido, lo incomprensible, lo aburrido lo ponemos los adultos.

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    # by Alvex - 8:33 p. m.

    Ojalá yo pueda seguir manteniendo un restito de mi mirada de niña.
    Besos, Marcela, gracias por pasarte por aquí.