La música de las fieras

Todo comenzó cuando la estrella del orfeón, el tenor Augusto, se quedó afónico. Esta era una contrariedad, sobre todo en aquella semana en la que tenían que dar nada menos que cuatro conciertos en distintos lugares. Pero claro, tampoco era ninguna tragedia, así que con gran confianza en el poder del conjunto se echaron a la carretera. Iban cantando alegremente Asunción, Asunción, echa un vaso de vino al porrón cuando el autobús dio un bandazo y se salió de la carretera. Un poco pálidos pero ilesos salieron a la cuneta y comprobaron que se habían pinchado tres ruedas. A las 7 de la mañana, y muertos de frío, esperaron y esperaron por el autobús de repuesto que les viniera a rescatar. Tres horas después, con el ánimo ya no tan exultante, reemprendían el camino , y esta vez no hubo canciones, a pesar de los intentos del incombustible Urrutia que empezó todas las canciones de carretera que en el mundo son.
Llegaron sin más incidencias al hotel, a las cinco de la tarde. El restaurante ya estaba cerrado, y unos hambrientos y malhumurados cantantes se dedicaron a instalarse en las habitaciones, comer chocolatines y chucherías y a esperar pacientemente la hora de la actuación. A las ocho, vestidos con sus túnicas azul turquesa, salieron en comitiva hacia el autobús. El autobús no estaba, naturalmente, porque tenía que cubrir otros servicios. Y ahí se fueron andando por la ciudad un ejambre de coristas, bastante cabreados y con poco sentido de la orientación. El director decía que por la derecha. Manolo, uno de los bajos, insistía que por la izquierda, que él ya había estado dos veces y conocía el lugar como la palma de su mano. El resto esperaba el desenlace de la batalla, algunos agitando sus vestidos, y otros saqueando una pastelería que se vio invadida por los más famélicos. Al cabo de unos momentos de tensión, se decidió seguir al director, que para algo era el director. A la media hora, este reconoció a regañadientes que era imposible que en aquella ciudad hubiera tres estatuas iguales, y que habían estado dando vueltas a la manzana. El bajo Manolo disfrutó su momento de triunfo, y con un gesto arrastró a sus compañeros a la izquierda. El trayecto acabó en la bodega Los Toneles, que era donde terminaba la calle.
La soprano Ermitas sugirió tímidamente preguntar a algún viandante la dirección, y al barítono Pepe fue encargada tan desagradable labor. Ofuscado tal vez por el acento local, o por los tres vinos que se había tomado de un tirón en la bodega, el hombre retransmitió las instrucciones de tal manera que se volvió a formar una mini guerra civil entre los partidarios de subir por la avenida y los adeptos a bajar hacia el río. Como el ambiente ya era francamente hostil, los escasos caminantes en aquel gélido día tuvieron la oportunidad de ver a un grupo de brillantes túnicas alzando la voz y no para cantar bonitas melodías, precisamente. Ante el alboroto se presentó un municipal, que condujo el rebaño al teatro, que estaba a unos escasos cincuenta metros. El espíritu de grupo estaba completamente muerto: las contralto Luisa y Fernanda no se hablaban, porque Luisa había insinuado que Fernanda tenía una voz muy desagradable; los bajos habían hecho piña contra los barítonos, a los que acusaban de boicotearles constantemente en las escasas ocasiones que podían lucirse. Y el director gesticulaba y gritaba con su desagradable voz, que por algo era director y no el cantante principal, que era lo que siempre deseó ser.
La actuación fue, sin embargo, memorable, aunque no por su brillantez, sino porque en mitad de La Paloma, cuando cantaban trátala con cariño que es mi persona, Fernanda le estampó la partitura en la cara de Luisa. Tratando de interponerse entre Luisa y Fernanda, la soprano Ermitas recibió una bofetada en cada carrillo; Urrutia, agarró por los cuellos de las túnicas a las luchadoras para separlas, y lo único que logró fue rasgar su ropa y dejarlas en ropa interior. Los horrorizados miembros del coro, que en ningún momento de la trifulca dejaron de cantar, formaron una especie de melée para ocultar a las avergonzadas contraltos, que habían recuperado su profunda amistad y se abrazaban estrechamente, tal vez para darse calor. Pero este espíritu de equipo no impidió que los bajos y los barítonos siguieran con una soterrada guerra, dándose codazos y pataditas en las espinillas. Y así, cantando lo de ay chinita que sí, ay que dame tu amor mientras avanzaban con pasos laterales, salió el conjunto del escenario, entre los aplausos (y las carcajadas, todo hay que decirlo) de un público entregado por completo.
Regresaron al pueblo inmediatamente, sin decir ni palabra durante el viaje. Al día siguiente, a la hora del ensayo, todos iban decididos a dejar el coro, excepto el tenor Augusto, quien creyó que la razón del desánimo general fue que su ausencia se había notado en demasía. Pero se encontraron a la secretaria Amanda desbordada, con una mesa llena de post it con propuestas de contratos, incluso de una discográfica. El director, que además de un experto músico era un hombre práctico, comprendió que habían encontrado un filón.
Y fue así como el orfeón Harmonia pasó a incluir en sus actuaciones las coreografías de pelea con semidesnudos incluidos, que le han hecho tan famoso.

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    # by CeL - 12:10 p. m.

    Parece ser que de lo negativo puede salir algo positivo jajajajja eso esta bien, por eso no hay que tirar nunca la toalla ;)

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    # by Alvex - 6:33 p. m.

    Si es que todo es aprovechable, Cel, todo...
    Besos