¡Quién me manda a mí meterme en obras!

Había pedido un presupuesto a una conocida, para hacer unas reformas en el local donde voy a poner mi ya famosa tienda, y por diversos motivos, decidí no hacer la obra con su empresa. Aunque ya me temía que iba a ser un momento incómodo, su respuesta me superó: fue bastante desagradable, y yo me pasé la conversación con las orejas gachas, excusándome por optar por la opción que más me convenía. Me sentí culpable (a pesar de que, insisto, sólo pedí un presupuesto), y sé que a partir de hoy he ganado una enemiga sin yo haber hecho nada malo. Así que, queridos, aprendan de mi experiencia, y nunca mezclen negocios y amigos, pues van a perder siempre, dinero o amistad. O paciencia. O dignidad. O todo junto.